sábado, 19 de mayo de 2012

EL COLE, EL FRENTE DE JUVENTUDES Y LA TRANSICIÓN (1)

EL COLE


Cuando era pequeño y me preguntaban qué quería ser de mayor, yo y otros como yo, respondíamos invariablemente que queríamos ser FRANCO. Así veía yo ese nombre, con mayúsculas: FRANCO, que más que un señor, era un cargo, el de Jefe de la nación y eso era lo que queríamos ser, lo máximo.
De todos modos teníamos cariño a FRANCO, el Jefe de España, el líder de La Patria, quien nos protegía y nos lo daba todo, aunque eso sí, lo veía un poco pocho. A mi me parecía que se iba a morir de un momento a otro, pero no, tardó en morirse.

Pues empecé a ir al cole no se si a los cuatro o cinco años, a un Colegio Nacional que se encontraba en Palacio de La Diputación, con unos techos altísimos y unas ventanas enormes. Un colegio de esos que ahora decimos que nos obligaban a cantar el Caralsol, oye y a mi eso me gustaba, era los sábados. Entrábamos más tarde y salíamos a las 12 o así y nos formaban en el pasillo, delante de cada clase (aula) en filas de dos, y cada clase (curso) iba a la clase de don Fernando que era enorme con una tarima altísima y allí entrábamos cantando canciones del Frente de Juventudes, de esas de campamento, cada clase cantaba una distinta y las filas entraban entre los pupitres, y cuando todos los huecos estaban ya llenos, formaban detrás de los que ya estaban. A mi únicamente me tocó estar delante cuando estuve en la clase de don Fernando, bueno, delante es un decir, porque como siempre estaba en los últimos puestos por torpe pues muy cerca tampoco estaba. Quizá fue el primer día por la inicial de mi primer apellido. Alí se montaba un guirigay de canciones tremendo y yo me ponía muy derecho y me entraba el amor patrio y me emocionaba. Se mezclaban las canciones “de Isabel y Fernando el espíritu impera” (yo no sabía qué era eso), “Si madrugan los arqueros, Dios ayuda a los arqueros”, “montañas nevadas, banderas al viento”, e intentabas que tu canción se oyera más que ninguna, y querías poder ir a la guerra y dar la vida por la patria, y entonces las canciones iban terminando, o a una señal de don Fernando acababa aquello. Las canciones las aprendías de oído y como había letras que no entendías lo que decía pues tenías que inventar algo para completar y poder cantarla y también pasaba que no entendía lo que quería decir eso y yo me imaginaba cosas muy raras. Por ejemplo, me hacía ilusión lo de la camisa nueva, pero no sé porqué estaba bordada en rojo (me parecía de maricas) y menos aún ayer. Tampoco sabía porqué era imposible el alemán (impasible el ademán). También me extrañaba que mis compañeros formaran junto a los luceros y yo me imaginaba que estaban como encima de la luna cantidad de ellos muy formaditos. Lo de que me iba al puesto que tengo allí, me imaginaba que terminaría (y no me hacía maldita la gracia) regentando el Kiosco de la pipera, el puesto de la tía Juana lo llamábamos en el barrio. Cuando el Prietas las filas decía aquello de “lánzate al cielo Flecha de España nuestras escuadras van”, primero me imaginaba que uno de los más mayores nos lanzaban con un arco y nosotros ahí en medio del arco como enormes flechas y yo pensaba jolín, qué cosa más rara y no enlazaba con lo de nuestras escuadras van, no relacionaba una cosa con otra, porque luego venía como un silencio o un punto y no lo relacionaba con la siguiente estrofa, estaba hecho un lío y me fui enterando poco a poco hasta hace poco, que tengo 50 años. Entonces había un acto que no recuerdo qué hacíamos y se terminaba cantando el “Prietas las filas” y cuando llegabas a “ya las banderas cantan victoria” todos levantábamos el brazo en saludo romano y los profes, sobre una tarima altísima que había allí hacían lo propio y todo terminaba con las tres voces. Cuestión muchas veces espinosa, porque aunque allí si estaba claro quién las daba, don Fernando, en otras ocasiones no estaba nada claro y sonaban en estéreo y a destiempo y quedaba muy mal, y uno de los que las daba miraba como si quisiera matar al otro que también las dio, porque se supone que las daba el personaje de más categoría. Ah, las tres voces eran ¡Viva Franco, Viva España, Arriba España!. Cuidado con lo de las tres voces, ¿eh?

Yo nunca supe a qué curso iba, porque se denominaban por el nombre del profesor, así que empecé por doña Alicia, que debía ser preescolar. Esta me recibió, y me llevó mi hermana mayor que tenía 11 o 12 años. La recuerdo con dos coletas y gafas de concha con diseño como de murciélago, que entonces se llevaban mucho. Llegué y vi un lloriqueo general a la entrada  y yo me sumé a él y entonces doña Alicia le dijo a mi hermana “tú vete ya” y en cuanto se fue, me amenazó y se acabaron los pucheros, me sentó en una silla de madera azul hecha con cuatro tablas y vi que estaba allí ¡con un cara¡ un amiguito íntimo y me dije, “joder, que no me vea lloriqueando”.
Lo primero que nos enseñó fue ir al vater, se puso allí en pompa sobre las letrinas y nos hizo pasar uno a uno y ponernos en pompa. Era de armas tomar, si le decías que se te había despuntado el lápiz, te echaba una bronca cojonuda, te pinchaba con el lápiz en la sien y te mandaba a la clase de doña María Eugenia a afilar con un sacapuntas de esos de manivela, quien te echaba una bronca y te decía que le dijeras a la otra que ya estaba harta de que le mandara niños a sacar punta y claro, volvías y no le decías nada y doña Alicia decía “a ver el lápiz. Así tiene que estar” y te clavaba la punta en la sien y te lo volvía a despuntar y tú te callabas y te rascabas, y cogías la puntita rota y lo apretabas con los deditos, pero decir algo ¡nunca! Un día, rascándome la costra que me hizo, me saqué la punta del lápiz. ¡La cacho…!
Yo ya me dí cuenta que estudiar no iba a ser lo mío. Aprendimos a leer con el vocabulario mudo y te sacaba allí delante de todos y lo peor era la O: “a ver la O” y hacías así como un higo con los dedos y te decía “más redonda” y como te ponías nervioso apretabas mucho los dedos para hacerlo mejor y lo hacías peor, cagao porque a continuación venía lo que ya sabías, pescozón o te cogía de una oreja, te zarandeaba y con la inercia te estampaba de boca contra la pizarra.
Luego fui a doña Mª Eugenia, que tenía la costumbre de despedir a los niños dándoles un beso el Día de la Hispanidad, que creo que se celebraba cuando el Corpus, y nos hablaba de los negritos del África y de los chinitos de Filipinas. Esta, que caía bastante bien en general,  daba con la regla en la cabeza a toda una fila de muchachos cuando había alboroto.
Luego a don José que pegaba con un palo del respaldo de una silla y hacía una cosa muy graciosa, a los que hablábamos en clase nos iba metiendo en un rincón detrás de una pizarra basculante, y en cuanto estábamos dos o tres empezaba las risas y entonces hacía bascular la pizarra y te daba en toda la cabeza y como yo era de los más altos, pues… lo mismo por eso no soy más listo, no la verdad ya me dí cuenta que eso no era lo mío. Y por último a don Fernando.
También recuerdo que había otras clases, la de don Emiliano y la de don Adolfo, que era un poco loco, era esposo de doña Alicia y siempre quería que fueses a ver su Belén durante las vacaciones de Navidad, y contaba historias inverosímiles y le teníamos por mentiroso.
Y ese fue mi debut escolar.

.

1 comentario:

  1. Qué recuerdos ... Igualitos que los míos: los capones, los reglazos, cachetes, el recreo, el recitar la lección de memoria ... y el recreo otra vez: fútbol en la era y el jugar a los campos quemaos y otros juegos de los que seguro nos hablarás algún día.

    ResponderEliminar