domingo, 26 de agosto de 2012

HACER UN PAN COMO UNAS TORTAS

Hemos organizado un mundo occidental de lo más güay, un primer mundo mágico, donde exigimos unos modos de vida del mundo de Yupi, una unión de países de la pirindola, donde todos somos buenos y donde tenemos unos derechos laborales de nata montada, unos medios de producción de chocolate caliente, coches que echan colonia por el tubo de escape de tantos remirarlos en la clínica ITV, niños de la chípén, que comen alitas de angelitos, locales llenos de ozono y zonas vírgenes, respiramos aromas de rosas de tanto controlar los escapes industriales, de automoción y gases invernaderos; somos la repanocha en defender los derechos de todo el mundo, nacionales y extranjeros y perseguimos a los nacionales que levantan el dedo ante cualquier marginación positiva por minoría étnica llamándoles racistas - no oiga si yo digo que no son ellos más que nosotros- ¡racista, golfo!.
¡Qué bien!, pero todo eso, los países del segundo mundo y siguientes se lo pasan por donde yo me se, y si a todo esto le sumamos que en el primer mundo, donde nosotros pertenecemos (¿o no?) consideramos que vivimos en un mundo global, con una economía global, resulta que queremos que todos los hombres tengan los mismos derechos, y sin embargo no exigimos al resto del mundo que produzcan con los mismos derechos para sus trabajadores iguales a los del primer mundo, ni exigimos a su producción los mismos requisitos de contaminación, ni el mismo trato a las personas de las razas minoritarias, ni de igualdad de las personas de distinto sexo, ni... y todo eso cuesta cuartos, lo que supone que los productos producidos por el primer mundo son muchísimo más caros que los producidos en el resto del mundo. Los trabajadores del resto del mundo no tienen algunos de los siguientes derechos, taquillas, lavabos, vestuarios, reconocimientos médicos, mínimo de luz,  control de temperatura, espacio, adecuación del puesto, cierta cantidad de vacaciones, horario, pagas extras, horas extraordinarias, tiempo de bocadillo, seguridad e higiene...; y las empresas puede que en algunos sitios no se les exija control de humos, depuradoras, control de desechos... lo que supone que dejamos de ser competitivos y así grandes y medianas empresas como grandes firmas deportivas, de moda, de telefonía, se van a producir a países donde su producción le salga más barata porque no tendrán que invertir en todo lo anteriormente citado, sabiendo que en el primer mundo, donde no atan a los perros con longanizas, los consumidores, al mirar las etiquetas, miran el precio y no la procedencia o si las miran y es ahí donde el consumidor del primer mundo, deja de acordarse de los derechos de los trabajadores globales y sólo se acuerda de llegar a fin de mes, lo que quiere es un producto de calidad al mejor precio y piensa que el trabajador del segundo o tercer mundo, luche por sus derechos como luchamos nosotros.
Y donde quiero llegar a parar, es que hemos conseguido unos derechos laborales y unos requisitos en la producción hasta ahora nunca vistos, pero nos estamos quedando sin trabajo: ¿Para qué queremos esos derechos si no podemos ejercitarlos?. O exigimos que todos los trabajadores del mundo tengan los mismos derechos o deberíamos comprar productos procedentes de países que otorguen a sus trabajadores, a sus producción y a sus países unos requisitos globales o deben llegar sus productos al primer mundo a un precio como si los hubieran producido aquí. Si no es así, estamos haciendo un pan como unas tortas.

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