viernes, 22 de junio de 2018

SEXO EN EL CEMENTERIO

Ese día restallaba la luz en mis ojos de forma que me sentí feliz, pero también debió restallarme en el alma, porque me sentía poderoso, pleno, absolutamente seguro de mi mismo, algo se derramó en mi sangre como cuando estas en un duerme vela y de pronto notas que el cerebro inyecta una sustancia en tu sangre, algo que se derrama por tus venas y notas como riega como en un torrente tu cabeza, tus extremidades, todo tu cuerpo y te sientes caer en un sopor, en una molicie que te desmaya y cuando despiertas, si eres capaz de recordarlo, sabes que has caído de lleno en los brazos de Morfeo. 
Así me sentía yo esa mañana cuando salí a pasear, más que andar levitaba, sentía una fuerza mental asombrosa y después de subir esa cuesta, no sentía el cuerpo, ni la respiración, sabía que era feliz, estaba alegre, me daba cuenta y pensaba cuánto duraría eso, era consciente de que aquello no iba a durar y quería aprovecharlo, no sabía cómo porque mi intención era pasear para "bajar el colesterol", salí sin rumbo y sabía que un par de horas después estaría sentado en mi sillón junto a la ventana, con la persiana a medias creando un ambiente agradable, leyendo y esperando la hora de comer. Quizá meditaría y lo mismo quedaría dormido unos minutos mientras ella trajinaba en la cocina y la oía subir y bajar de la calle donde da de comer a unos gatos salvajes a quienes adora y quienes de vez en cuando dan un zarpazo cuando a alguno de ellos le hace menos caso del que ellos creen merecer.
Ese día no era yo, era Maciste, Hércules, Sade y sobre todo Valentino o don Juan redivivo, pero sabía que no pasaría mucho tiempo en volver a ser yo otra vez, un cualquiera. Decidí así de pronto cruzar el cementerio buscando la sombra, porque pasar por delante de aquella tapia interminable seria duro, donde se reflejaría el sol de medio día y me aplanaría el cuerpo y cómo no, el ánimo. Iba radiante, con mi camisa rosa de popelín con dibujos de cachemir y mi sombrero blanco al que le había aplicado un trapo en la cinta para esconder el óxido de sudor que le daba un aspecto feo y desaliñado. La cinta esta me la hizo ella, la de los gatos y los gorriones en el alféizar de la ventana con el borde de un vestido print amimal que recortó,  bordó e hizo con él un nudo en el lateral. No pisaba el suelo, casi saltaba a cada paso, delante de mi veía el cementerio, crucé por todo el centro y pasé por una plazoleta con hierba y al fondo un poco más lejos vi un monumento, la cripta de los caídos en la guerra civil, vencedores y vencidos todos juntos. Una vez pasé y dentro se está fresco y más allá a ambos lados los cipreses, varias calles que bajan y suben y desembocaban en la entrada principal donde está la iglesia y algunas otras dependencias. Pasé por una entrada posterior y entré por una portezuela, era una zona abierta llena de nichos de esos donde entierran a la gente en la pared, no me gustaría que me enterraran en una pared, pero una vez muerto qué más da, donde mis deudos les venga mejor, ese día no me importaba porque no iba  a morir nunca. Había dos zonas iguales a izquierda donde la luz se rompía entre el hormigón enjabelgado de los nichos que siendo una zona nueva era más antigua y repleta; y la zona de la derecha de esa rosaleda central e incipiente, donde restallaba el sol pero que en la parte no vista daría la sombra, esa misma sombra que veía yo en la parte izquierda. Me salió entre los agujeros para aparcar personas muertas una mujer que levantó la voz y dijo algo. Supe lo que dijo, pero por aquello de que te pilla de improviso contesté ¿"eh"? y me fui a por ella con una decisión que me asustó. Sabía que me había reprendido por algo, que algo le había sentado mal. Repitió: 
- así no se viene a un cementerio
- ¿así como?
- así tan alegre, como si fueras de fiesta, con esa camisa rosa y ese sombrero,,, al menos podías habértelo quitado que estamos en un cementerio, además vas de paseo, a pasear ve por otro sitio.
- si hombre, con la que está cayendo.
Me echaba encima de ella, la atropellaba y se asustó, reculó, me hice consciente de su cuerpo, de su belleza, de su calidad. Tenía el pelo corto, muy negro, demasiado negro quizá, los ojos un poco ajados y tristes, más desanimados que tristes con un brillo apagado, pero una línea negra animaba aquella ventana del alma. Vestía una bata de trabajo moderna, pero bata a fin de cuentas, de colores azules, no recuerdo qué dibujos, pero era de un tono azul con un cuello y abotonada por delante hasta encima de las rodillas, una manga cortita, muy corta, más corta por el exterior que dejaba asomar unos brazos redondos, regordíos casi, muy torneados, el cuerpo tiraba a gordo, a sobrepeso pero con los kilos muy repartidos, caderas anchas, aún cintura, sin estómago pero con una barriguilla que marcaría el ombligo si no fuera por esa botonera que se abría un poco sobre un dobladillo que hacía como una pequeña coraza al asomo de las formas. Buenas pantorrillas y unos pies metidos en unas manoletinas negras que la hacían elegante, muy cepilladas y los pies, hay esos pies que me imaginaba cortos, gorditos, con unos dedos muy derechitos de esos  que a los hombres nos gustaría meternos en la boca uno a uno y ensalibarlos muy muy despacio y mirar de vez en cuando a su cara y ver si cerraba los ojos y notar si el pecho le subía y le bajaba en un jadeo. Pero no, siempre termina la cosa en rechazo.
El pecho le estallaba, quería desprenderse de aquella botonadura, pero la bata era tan bien cortada que no dejaba traslucir nada por el lateral, muy prieto y nada por arriba que además estaba cubierto por un pañuelo flojo como si lo hubiera llevado en la cabeza.
Me echaba encima de ella y reculó, recorté el espacio y me puse a deshacerle el nudo del pañuelo. El rictus de su boca hizo una media luna invertida, los ojos muy abiertos, dio cortos pasos hacia detrás, las manos sujetaban un cubo y un limpiahogar. Conseguí deshacer el nudo y tiré despacio de un extremo sin dejar de mirarla a los ojos que si al principio asustados, ahora sólo estaban muy abiertos. Dejó de recular, me miraba hacia arriba, le puse la mano en la nuca y le sequé el sudor de la cara a topecitos. Parpadeaba, La sequé el cuello, la nuca y debajo de la barbilla y entonces me miró intensamente, entornó lo ojos y separó los labios. Era el momento, la tomé de la cintura y la apreté contra mi. Noté un cuerpo duro, unos pechos consistentes. Bajé las manos y tiré de la nalga izquierda, noté cómo se empinaba sobre las punteras. Aún tenía los trastos colgando de las manos, le quité el cubo y lo dejé caer sin dejarla de besar, se soltó, miró a derecha e izquierda y hacia atrás, se metió detrás de los nichos a un par de metros y soltó junto al cubo el limpiahogar y la tomé por la espalda. Me cogió de la nuca y pude observar una hermosa axila a punto para depilar, dobló el cuello  lo mostró como para ser degollada, se lo ensalibé y dejé resbalar mis labios hasta la oreja, arriba y abajo, arriba y abajo, Mordí el lóbulo desprovisto de pendiente y lo sorbí, mientras mis manos recorrían toda su anatomía, unas caderas potentes y unos pechos poderosos en los que tropecé con sus pezones, duros, tiesos, una y otra vez. Debió notar mi polla tiesa, de lo que no me había dado cuenta hasta que empezó a mover imperceptiblemente el culo en círculos hasta que se hizo más que evidente. Exploré por sus caderas y notaba una braguita en los laterales muy estrecha, siempre sobre el vestido ese que me pareció una bata. Pude ver la calidad de su sujetador, fuerte, blanco roto, con mucho decorado y unos tirantes anchos con puntillas, como si fuera una combinación, el canalillo ancho que se arrugaba en el centro al apretar las tetas a la vez y volvía a su ser una vez sueltos, metí la mano y pude sentir en la yema de los dedos esos pezones tiesos, duritos, muy de punta y pasaban por mis dedos a derecha pop a izquierda zas haciendo resistencia, curvándose y dejando sitio y vuelta a ponerse derechos al paso de mis dedos, pop una vez, pop otra. Metí la mano derecha hasta el fondo del sujetador y zas, saqué una teta y zas, saqué la otra dejando el sostén hecho una piltrafa por arriba y eso sin soltar un botón. Ella besaba, besaba, se peleaba por besar, con ansia, ya me dolían los labios, me ardía la boca y cuando me separaba, la veía con los ojos cerrados boqueando, buscando mi boca como si fuera el agua cuando a un pez le separas de su ámbito. Bajé a su barriguita y busqué un hueco por donde meter la mano, solté un botón, noté esa tripa dura con un punto blando en el ombligo, fuerte en el pubis donde noté un bello escaso pero con mucha superficie, bajé y el bosque desapareció en una desierto alopécico y de pronto me deslicé en una grieta lúbrica muy abierta, donde empecé a estimular sin más espera el clítoris, lo que hizo que el movimiento circular del culo dejó de ejercer presión a temblar, temblar y temblar. Dejó de besar, se quedó parada, jadeaba en mi boca, intentando volver a besar sin conseguirlo, como una obligación hasta que cesó. Levanté la bata por un lado que no ofreció resistencia porque ella misma, sin darme cuenta había abierto los botones hasta donde yo me había abierto paso anteriormente. Era un tanga, me aflojé unos puntos el cinturón y me solté todos los botones del pantalón, levanté un lado del vestido y vi un enorme muslo y medio culo gordo con un punto celulítico pero muy sensual con un tanga con bastante tela en el centro, lo intenté bajar y dijo "no, apártalo", puso un pie sobre un nicho vacío, dobló la cintura hasta un punto sorprendente, a la vez empinó el cuerpo y se apoyó en la pared con la mano contraria. Le puse esa enorme polla que se me había puesto sobre la canal el culo, me pringué de esa gotita que sale antes de la eyaculación, la dejé resbalar por la raja del culo guiándome con la mano y con un movimiento hacia arriba la penetré, casi que se penetró sola, como si tuviera vida propia, como si su sexo y el mío se hubieran entendido, apoyó la cara en la mano que tenía en la pared y se dejó hacer. Era muy agresivo, pum, pum, todo movimiento parriba, noté de pronto que era una cuestión de caderas y riñones y todo comenzó a fluir más fácilmente pero violento, pum,pum parriba. Hasta que me dio una especie de vahído y se me aflojaron las piernas y comprendí que había terminado. Había sido rápido pero muy muy intenso. Me salí y derramé fuera. Ella se abrochó los botones, yo me puse el sombrero, se dio la vuelta y me miró con media sonrisa y la boca ardiendo.Sus ojos brillaban de otra forma.
- ¿No nos vamos a volver a ver?
- Escribe aquí tu número, la dije y le solté mi teléfono.
Salí al sol y me pareció más luminosos si cabe, hacía mucho calor, no había nadie por ahí, se veía a un moro fregando una lápida algo más allá, a lo suyo.
No me volví, me sentía algo fatigado, con menos ganas de pasear, pero muy muy poderoso. También notaba que no andaba tan alegre sino más calmoso.
Llegué a casa y edité ese número como Ernesto, Envié un wasap con mi contacto y me contestó, ¡vaya si me contestó!.

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